diumenge, 30 de maig del 2010

Sexo con engaño en la sabana Los machos de los antílopes topi de Kenia engatusan a las hembras que están a punto de dejarles para seguir apareándose con ellas

Desde luego, hay tipos que se comportan como antílopes. Y si no, que se lo pregunten a Jakob Bro-Jorgensen y Wiline Pangle, que se han pasado cuatro años estudiando cómo se las ingenian los machos de antílopes topi de Kenia para aparearse con hembras en celo.

Sus observaciones, que se publicarán en julio en la revista The American Naturalist, son el primer ejemplo que se describe en el reino animal de una especie que recurre al engaño para conseguir sexo.

Aparte, por supuesto, del caso obvio de la especie humana. Hay que decir, en descargo de los antílopes topi machos, que cada hembra está en celo un solo día al año, por lo general en febrero o marzo. Y que, cuando llega el gran día, la hembra se dedica a transitar entre los territorios controlados por distintos machos para aparearse con el máximo número de pretendientes posible.

Según las observaciones de Bro-Jorgensen –de la Universidad de Liverpool (Reino Unido)– y Pangle –de la Universidad del Estado de Ohio (Estados Unidos.)–, cada hembra visita una media de diez territorios el día que está en celo. Aquí es donde entra en acción la astucia del macho. Pueden imaginar la escena. Después de 364 días de espera, cuando la hembra por fin entra en celo, el macho se encuentra con que ella va a de dejarle.

Observa apesadumbrado cómo empieza a alejarse en busca de otra pareja. Corre tras ella. La alcanza antes de que salga de su territorio. La adelanta. Y se para en seco. En ese momento, el macho yergue las orejas, una señal de alerta. Y, sin mirar atrás, como si ella no le importara, emite varios bufidos.

Los mismos bufidos que emite cuando se acerca un león, un guepardo o un leopardo. Sólo que en esta ocasión no hay ningún depredador al acecho, según han comprobado Bro-Jorgensen y Pangle. Pero esto la hembra no lo sabe. Atemorizada por la actitud del macho, da media vuelta y regresa a la seguridad del rebaño, junto a otras hembras que no están en celo. El macho continúa su comedia aún unos segundos más.

Después también da media vuelta y vuelve hacia el rebaño. Se dirige directamente hacia la hembra en celo. Y la monta en un aquí te pillo aquí te mato. Unos minutos más tarde la función vuelve a empezar. La hembra empieza a marcharse, el macho corre tras ella, la adelanta, emite unos bufidos, los dos vuelven y la monta de nuevo. Hasta que llega un momento en que la hembra escapa del engaño y se marcha a otro territorio.

Donde se apareará con otro macho que también la engañará. Según las observaciones de Bro-Jorgensen y Pangle, que han estudiado los antílopes topi en la Reserva Nacional Masai Mara de Kenia, los machos se aparean con cada hembra en celo una media de 4,3 veces antes de empezar el teatro de los bufidos, más una media de 2,8 veces a partir del momento en que empieza el engaño.

"Es como en el cuento tradicional, sólo que el macho grita león en lugar de gritar lobo", ha declarado Bro-Jorgensen a la web LiveScience. Los investigadores han analizado grabaciones de los bufidos y no han detectado diferencias entre los que se emiten para ahuyentar a los depredadores y los que se emiten cuando no hay ningún depredador al acecho.

Pero sí hay una gran diferencia en la frecuencia de los bufidos según si hay una hembra en celo en el rebaño o no la hay: nueve veces más bufidos cuando hay sexo a la vista que cuando no lo hay. Lo cual demuestra que los machos no emiten estos bufidos porque se equivoquen y piensen que hay un depredador cuando no lo hay.

Los emiten porque fingen. Esta sorprendente conducta reproductiva tiene sentido tanto para el macho como para la hembra, explican los investigadores. Para el macho, cuantas más veces se aparee con la hembra, más probabilidades tendrá de tener descendencia.

Para la hembra, el riesgo de ignorar la señal de alarma del macho y acabar entre las fauces de un león es superior al riesgo de volver al rebaño. Después de todo, los bufidos de los machos son un seguro de vida para los antílopes topi que, con sus dos metros de altura en la cruz y sus más de cien kilos de peso, pueden correr a 70 kilómetros por hora y resultan inalcanzables para los depredadores a menos que les pillen por sorpresa.

Estudios anteriores han observado casos de engaño en animales que compiten entre ellos. Por ejemplo, los chimpancés machos emiten a veces gritos de alarma para despistar a otros machos y aparearse con una hembra en celo. Pero este es el primer caso de engaño que se describe entre animales no humanos que persiguen el objetivo común de la reproducción.

Según concluyen los investigadores en el artículo de The American Naturalist, que ya está accesible en internet, "nuestro estudio identifica un paralelismo entre animales y humanos en su habilidad de utilizar señales falsas para engañar a sus parejas".


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