La expresión “contigo, pan y cebolla” es mucho más que una trillada frase proverbial. Refleja una realidad de la naturaleza humana y resume, por otro lado, el contenido de un tópico literario.
Cuando el enamoramiento invade a un sujeto (un enamoramiento intenso, reciente), en el organismo del enamorado se desencadena una respuesta neurofisiológica, que incluye la liberación en el cerebro de una droga natural, generada por el propio organismo: la feniletilamina. Esta sustancia tiene las propiedades farmacológicas de la anfetamina: causa “síntomas de amor” como el insomnio y la inapetencia, y suprime la sensación de fatiga. El enamorado, dopado por esta droga del amor, se siente valiente e inmune a los peligros. Apelo ahora a la experiencia y recuerdos de mis lectores: ¿no hemos experimentado, cuando estamos enamorados y acompañamos a la novia a casa por la noche, la sensación de ser inmunes a los riesgos callejeros: por ejemplo, a ser asaltados por malhechores?
Pero, a lo que iba, la feniletilamina induce al sujeto a sentirse también resistente a la fatiga, a la sed y al hambre. Esa es la razón por la que “siente”, literalmente, que si está en compañía de la persona amada, no necesita medios materiales para sustentarse (comida, bebida). De ahí el refrán castellano: Contigo, pan y cebolla. Los franceses expresan la misma convicción más poéticamente: “vivre d’amour et d’eau fraîche” (vivir de amor y de agua fresca)*.
Ese sentimiento, esa convicción, es también un tópico literario con raíces clásicas. Como ya comenté en otro post, a propósito de la desidia que causa el amor, en este caso también los antiguos se limitan a desarrollar como tópico literario la descripción de un estado neurofisiológico. Así, los poetas elegíacos latinos proclaman repetidas veces que ellos prefieren el amor a las riquezas. Más concretamente, a veces especifican que, con tal de estar con la mujer amada, no les importa vivir en la penuria de medios materiales.
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