Queridos copulantes: La semana pasada os prometí investigar alguna posible ventaja de la menstruación exagerada. La tita Reme se ha quemado las pestañas buscando –¿qué no haría por vosotros?– y, veréis, es posible que me equivoque, pero la única teoría que se ha atrevido a hincarle el diente a este fenómeno es la de la sincronización del ciclo, que se resume así: los hombres a cazar, las mujeres a sangrar. |
Los expertos tienen una fijación con esto del hombre cazador y lo ponderan mucho. Dicen que gracias a él se desarrolló el cerebro, que se le deben las primeras tecnologías, que creó el lenguaje como estrategia de caza y todo por el estilo. Se supone que la caza fue una actividad exclusiva de los hombres, pues las mujeres, ¡eg!, exhalaban el bouquet preferido de las fieras –el olor a hemoglobina– y atraían a los depredadores y espantaban la caza. Así que los responsables de la humanización eran los machos.
Bueno, pues la teoría de la sincronización del ciclo se basa en unos estudios en los que se ha descubierto una cierta sincronización del ciclo menstrual en mujeres que viven juntas. Chris Knight sugiere que este fenómeno se debe a que, en tiempos remotos, la hemorragia profusa y simultánea en las mujeres de una tribu tendría el efecto de una huelga general sexual, que mantendría a los hombres alejados y dedicados a la caza forzosa. Al regresar de su epopeya cinegética, con un par de gacelas neonatas, las hembras ya estarían libres de la menstruación y podrían entregarse al comercio carnal; algo así como: "Si te gustan mis muslos, dame ese pernil".
Según los detractores de esta teoría, el problema es que la mayoría de las mujeres en una sociedad primitiva estaría embarazada o criando, y la menstruación aislada de alguna debutante o de una mujer estéril sería irrelevante.
¡Ay Chris, Chris! ¡Ay detractores, detractores! A mí esto de la sincronización no me convence ni poco ni mucho, pero por otros motivos. Para empezar, ¿tiene alguna ventaja sincronizar las partidas de caza con la regla y no con la abundancia de presas, o la oportunidad de cazarlas? ¿Tiene alguna ventaja cazar una semana de cada cuatro? Y además, como no había nevera y la carne se pudre, ¿qué comían las otras tres semanas? ¿No acabaría el gran cazador comiendo las castañas, los caracoles y los huevos que apañaban las mujeres? Por último, pienso que la menstruación simultánea equivale a la sincronización en los embarazos y en los partos, y no parece que eso sea característico de nuestra especie, ni muy conveniente.
Si descartamos la teoría de la sincronización del ciclo, el panorama es desolador. Desde luego, la menstruación no es un elemento de cortejo. A los hombres les ha inspirado temor en todas las culturas, siempre ha estado rodeada de tabúes y ha sido un rasgo anticopulatorio. Para nombrarla se inventaron mil eufemismos. Los jefes saben apreciar un buen flemón cuando se llega tarde, pero la menstruación no se exhibe. Por su parte, las feministas han mostrado siempre una gran ansiedad con respecto a los rasgos biológicos que sugieren algún tipo de incapacidad femenina y tienden a minimizarlos. Yo lo comprendo, porque cualquier dato que ponga de relieve la supuesta vulnerabilidad de las mujeres es aprovechado por los simpatizantes de la superioridad masculina para tomar posiciones.
Bueno, quedamos en que la menstruación no es un rasgo de cortejo. ¿Forma parte, entonces, de esa batería de fenómenos que han evolucionado para aumentar la calidad de la prole? Pues no. Es cierto que es un coste más de la maternidad; uno de los muchos que no han hecho más que elevarse durante la evolución. La mayoría de ellos forman parte de la estrategia femenina de gran inversión. Tienen sentido, y se puede perdonar el coscorrón por el bollo. Pero la menstruación jeringa gratuitamente. ¿Es, entonces, la regla exagerada uno de esos rasgos inexplicables y caprichosos que se han desarrollado a pesar de no servir para nada y constituir un hándicap?
¡Oh queridos míos, me siento tan inspirada, que creo que estoy a punto de contribuir a la sociobiología con uno de mis meritorios argumentos! Veamos:
Cuando nuestras antepasadas bajaron del árbol y se pusieron de pie, tuvieron que enfrentarse a varios retos que no eran moco de pavo, precisamente. Entre ellos el de tomar las medidas oportunas para recoger la menstruación, la placenta y los fluidos del parto, que, en postura bípeda, caen piernas abajo, lo que aumenta la superficie corporal empapada de sangre, causando roces al caminar –caminar emanando efluvios...–. La incomodidad y el ambiente hostil fueron una poderosa razón para impulsar a las hembras no sólo a ingeniárselas para permanecer secas de medio cuerpo para abajo, sino a crear estrategias compensatorias que neutralizaran su hándicap. En ello les iba su vida, y la de sus hijos.
Es verdad que la caza representó una presión evolutiva para el desarrollo de la especie porque planteaba problemas y obligaba a resolverlos mediante el desarrollo de la tecnología adecuada y la invención de estrategias. Ciertamente, no hay nada como tener problemas para verse forzado a crear soluciones. Pero, si se trata de problemas, la biología femenina planteó muchos más, y el cerebro femenino tuvo que resolverlos, y eso significa que tanto sangrado sólo pudo permitírselo una hembra más que apañada.
Lo que no te mata, te hace más fuerte. El conjunto de cuidados que exige una menstruación y un parto tan dramático como el humano incluyó la búsqueda o construcción de refugios para menstruar y parir a salvo de los depredadores –todavía los usan algunos grupos primitivos– y en donde las hemorroísas, apartadas de su rutina de recolectoras, tuvieron ocasión para desarrollar el lenguaje charlando por los codos. Las mujeres obtienen mejores resultados que los hombres en las pruebas de lenguaje, y siempre he creído que éste fue una invención femenina. También tuvieron la oportunidad de crear lazos sociales, intercambiar apoyo y cuidados a los bebés, iniciar comportamientos de previsión, como almacenar comida para los días inhábiles y probar hierbas medicinales y drogas para los dolores de la dismenorrea y el parto. Además, les sobró tiempo para fabricar los primeros útiles domésticos y las primeras compresas, como las que todavía usan las mujeres maoríes, las esquimales o las azimbas de África Central.
Y yo os digo, queridos, que la compresa arcaica, aunque no haya dejado rastro arqueológico –porque nadie se hace una compresa de piedra–, es anterior a los pedernales y tan valiosa para la humanidad como ellos. Vista desde esta perspectiva, la menstruación exuberante sería, en el fondo, un buen empujón para que nuestras antepasadas salieran de la noche de los tiempos, y una buena explicación de por qué un rasgo aparentemente desventajoso no fue eliminado, sino superado, durante la evolución.
Bueno, pues la teoría de la sincronización del ciclo se basa en unos estudios en los que se ha descubierto una cierta sincronización del ciclo menstrual en mujeres que viven juntas. Chris Knight sugiere que este fenómeno se debe a que, en tiempos remotos, la hemorragia profusa y simultánea en las mujeres de una tribu tendría el efecto de una huelga general sexual, que mantendría a los hombres alejados y dedicados a la caza forzosa. Al regresar de su epopeya cinegética, con un par de gacelas neonatas, las hembras ya estarían libres de la menstruación y podrían entregarse al comercio carnal; algo así como: "Si te gustan mis muslos, dame ese pernil".
Según los detractores de esta teoría, el problema es que la mayoría de las mujeres en una sociedad primitiva estaría embarazada o criando, y la menstruación aislada de alguna debutante o de una mujer estéril sería irrelevante.
¡Ay Chris, Chris! ¡Ay detractores, detractores! A mí esto de la sincronización no me convence ni poco ni mucho, pero por otros motivos. Para empezar, ¿tiene alguna ventaja sincronizar las partidas de caza con la regla y no con la abundancia de presas, o la oportunidad de cazarlas? ¿Tiene alguna ventaja cazar una semana de cada cuatro? Y además, como no había nevera y la carne se pudre, ¿qué comían las otras tres semanas? ¿No acabaría el gran cazador comiendo las castañas, los caracoles y los huevos que apañaban las mujeres? Por último, pienso que la menstruación simultánea equivale a la sincronización en los embarazos y en los partos, y no parece que eso sea característico de nuestra especie, ni muy conveniente.
Si descartamos la teoría de la sincronización del ciclo, el panorama es desolador. Desde luego, la menstruación no es un elemento de cortejo. A los hombres les ha inspirado temor en todas las culturas, siempre ha estado rodeada de tabúes y ha sido un rasgo anticopulatorio. Para nombrarla se inventaron mil eufemismos. Los jefes saben apreciar un buen flemón cuando se llega tarde, pero la menstruación no se exhibe. Por su parte, las feministas han mostrado siempre una gran ansiedad con respecto a los rasgos biológicos que sugieren algún tipo de incapacidad femenina y tienden a minimizarlos. Yo lo comprendo, porque cualquier dato que ponga de relieve la supuesta vulnerabilidad de las mujeres es aprovechado por los simpatizantes de la superioridad masculina para tomar posiciones.
Bueno, quedamos en que la menstruación no es un rasgo de cortejo. ¿Forma parte, entonces, de esa batería de fenómenos que han evolucionado para aumentar la calidad de la prole? Pues no. Es cierto que es un coste más de la maternidad; uno de los muchos que no han hecho más que elevarse durante la evolución. La mayoría de ellos forman parte de la estrategia femenina de gran inversión. Tienen sentido, y se puede perdonar el coscorrón por el bollo. Pero la menstruación jeringa gratuitamente. ¿Es, entonces, la regla exagerada uno de esos rasgos inexplicables y caprichosos que se han desarrollado a pesar de no servir para nada y constituir un hándicap?
¡Oh queridos míos, me siento tan inspirada, que creo que estoy a punto de contribuir a la sociobiología con uno de mis meritorios argumentos! Veamos:
Cuando nuestras antepasadas bajaron del árbol y se pusieron de pie, tuvieron que enfrentarse a varios retos que no eran moco de pavo, precisamente. Entre ellos el de tomar las medidas oportunas para recoger la menstruación, la placenta y los fluidos del parto, que, en postura bípeda, caen piernas abajo, lo que aumenta la superficie corporal empapada de sangre, causando roces al caminar –caminar emanando efluvios...–. La incomodidad y el ambiente hostil fueron una poderosa razón para impulsar a las hembras no sólo a ingeniárselas para permanecer secas de medio cuerpo para abajo, sino a crear estrategias compensatorias que neutralizaran su hándicap. En ello les iba su vida, y la de sus hijos.
Es verdad que la caza representó una presión evolutiva para el desarrollo de la especie porque planteaba problemas y obligaba a resolverlos mediante el desarrollo de la tecnología adecuada y la invención de estrategias. Ciertamente, no hay nada como tener problemas para verse forzado a crear soluciones. Pero, si se trata de problemas, la biología femenina planteó muchos más, y el cerebro femenino tuvo que resolverlos, y eso significa que tanto sangrado sólo pudo permitírselo una hembra más que apañada.
Lo que no te mata, te hace más fuerte. El conjunto de cuidados que exige una menstruación y un parto tan dramático como el humano incluyó la búsqueda o construcción de refugios para menstruar y parir a salvo de los depredadores –todavía los usan algunos grupos primitivos– y en donde las hemorroísas, apartadas de su rutina de recolectoras, tuvieron ocasión para desarrollar el lenguaje charlando por los codos. Las mujeres obtienen mejores resultados que los hombres en las pruebas de lenguaje, y siempre he creído que éste fue una invención femenina. También tuvieron la oportunidad de crear lazos sociales, intercambiar apoyo y cuidados a los bebés, iniciar comportamientos de previsión, como almacenar comida para los días inhábiles y probar hierbas medicinales y drogas para los dolores de la dismenorrea y el parto. Además, les sobró tiempo para fabricar los primeros útiles domésticos y las primeras compresas, como las que todavía usan las mujeres maoríes, las esquimales o las azimbas de África Central.
Y yo os digo, queridos, que la compresa arcaica, aunque no haya dejado rastro arqueológico –porque nadie se hace una compresa de piedra–, es anterior a los pedernales y tan valiosa para la humanidad como ellos. Vista desde esta perspectiva, la menstruación exuberante sería, en el fondo, un buen empujón para que nuestras antepasadas salieran de la noche de los tiempos, y una buena explicación de por qué un rasgo aparentemente desventajoso no fue eliminado, sino superado, durante la evolución.
Si que estás impirada si..
ResponEliminaEstoy de acuerdo de que el lengaje fue una "invención" femenina pues para cazar se necesita mucho silencio y sigilo.
Saludos!