divendres, 27 de gener del 2012

El carácter neurótico

Ando estos días leyendo un libro curioso. Se titula "El carácter neurótico". El autor A. Adler es un psiquiatra que a principios del siglo XX (año 1902)  ingresó en las filas del psicoanálisis a las órdenes de Freud, del cual posteriormente se distanció al considerar la teoría sexual (así como los complejos de Edipo y Electra) un sinsentido. Su obra puede leerse con una media sonrisa en general (y algunos sobresaltos), ya que la psicología de la época muestra algunos asuntos "turbios". Conceptos como homosexualidad, masturbación o la simple zurdera son considerados manifestaciones neuróticas. Además su concepto del cuidado y necesidades de los niños... bajo la luz de los conocimientos neurocientíficos de hoy día son inequívocamente erróneos. En fin, es imposible que el "psicólogo" - por más pose científica que desee imponer a su trabajo - se abstraiga de la realidad de la sociedad (económica, política y moral) en la que se desarrolla. 
Sin embargo, hay un punto de inicio en su trabajo que me resulta cuanto menos curioso. El origen de la neurosis, para él, es el sentimiento de inferioridad que tiene un niño al relacionarse con los adultos (amplificado en casos de enfermedades físicas). Y dado que el niño sabe que hay una preeminencia del varón sobre la mujer; el niño crea su neurosis (y un complejo de superioridad) en su afán de equilibrar su relación con el padre. Toda su vida será el resultado de esa especie de línea directriz que le impele a equipararse al padre... 

No sé a vosotras a mi me da qué pensar...

Y para las niñas (que no podrán ser nunca el padre) y, que además de pequeñas son mujeres, doble ración de inferioridad que tratan de solventar (según él) con una neurosis que llama "protesta viril".  Os dejo aquí un extracto de otro libro suyo titulado "El sentido de la vida".



"El temor a tener hijos puede obedecer, desde luego, a motivos completamente egoístas que, sea la que fuere su forma de manifestación, se deben, en último análisis, sin excepción, a una escasez del sentimiento de comunidad. Ocurre esto cuando, por ejemplo, una muchacha a quien su madre mimó, no se propone en el matrimonio sino continuar el papel de niña mimada, o si, preocupada por su aspecto exterior, teme y exagera la deformación que implica el embarazo y el parto, o si quiere quedarse sin rivales y también, a veces, si contrae matrimonio sin amor. En numerosos casos, la protesta viril desempeña un papel funesto en las funciones femeninas y en la repugnancia al embarazo. Tal actitud de protesta de la mujer contra su papel sexual, fenómeno que fuimos los primeros en describir bajo el nombre de protesta viril, da lugar muy a menudo a perturbaciones de la menstruación y de otras funciones de la esfera sexual, y siempre proviene de la falta de satisfacción en cumplir el papel de su propio sexo, papel que ya la familia consideró como inferior desde el nacimiento de la niña. Este error se encuentra extraordinariamente fomentado por la imperfección de nuestra civilización, que, secreta o abiertamente, intenta asignar a la mujer una categoría inferior. De esta manera, también la primera aparición de la menstruación puede conducir en algunos casos a toda clase de trastornos, que no son sino una defensa psíquica de la muchacha y revelan, al mismo tiempo, una preparación defectuosa a la cooperación. La protesta viril, que puede manifestarse bajo múltiples formas, debe ser comprendida, pues, como un complejo de superioridad edificado sobre los cimientos de un complejo de inferioridad y que se podría expresar con la fórmula: Tan sólo una niña."

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