Un día cualquiera de Navidad, en un coche cualquiera, una familia,  con abuela incluida, se dirige a comer a un restaurante. La abuela,  ella siempre muy activa, invita a los dos niños a cantar un villancico.  "No os sabéis alguno como el de 'los peces en el río'...", pegunta la  mujer. La niña de cinco años contesta que no. "Ese no me lo sé, pero te  voy a cantar una canción que nos gusta en el cole". Y empieza a tocar  las palmas con su hermano de tres años: "Don Federico mató a su mujer,  la hizo picadillo y la puso en una sartén. La gente que pasaba, olía que  apestaba, era la mujer de don Federico...". Acaban la canción.  Reacciones para todos los gustos en el interior del vehículo. Abuela  horrizada ante la letra, "¿pero de donde la han sacado?". Madre  conciliadora, "esta canción es mejor que no la cantéis, no está bien..".  Y el padre no lo ve grave, es una canción de niños. 
La canción de Don Federico no es nueva. Se trata de un juego popular.  "No queda claro su origen ni desde cuándo se canta, pero la dispersión  geográfica del juego -lo he encontrado descrito en el repertorio  aragonés, catalán, madrileño, colombiano y argentino-, nos hace ver que  tiene muchos años y que se mueve en el ámbito del boca oreja. Tras  consultar con muchos libros, yo lo ubicaría a principios del siglo XX",  explica Oriol Ripoll, experto en juegos.  ¿Por qué esta rápida expansión? Ripoll explica que se trata de un juego  en el que un grupo de niños en círculo pican las manos "con una fuerte  capacidad de transmisión (unos niños juegan y otros miran)". 
Don Federico no está solo. Hay otras que ya se cantaban hace 40 años  como: "Antón Carolina mató a su mujer, la puso en un saco y la dio a  moler; el molinero dijo esto no es harina sino la mujer de Antón  Carolina". Le pregunto a Maria Lluïsa Cunillera, filóloga y profesora,  qué opina: "Esta como otras son producciones populares terriblemente  machistas. Perpetúan la violencia contra las mujeres de forma perversa  porque el hecho de tratarse como un juego. Es muy importante que desde  el colegio, la familia y la sociedad cortemos esta cadena. Hay quien  defiende esta cultura popular como un tesoro cultural pero hay muchas  muestras populares que no tienen este componente de violencia".  Cunillera considera que estas historias o juegos "deben ir acompañadas  de un comentario crítico del adulto que haga ver a los niños y las niñas  que esta violencia no puede existir".
Ripoll considera que no tiene que ser un problema que actualmente un  niño cante esta canción. "Debe ser una buena oportunidad para  reflexionar sobre qué explica y qué opinión tenemos sobre la violencia  de género. El choque cultural que puede suponer a un niño darse cuenta  de lo que dice cuando juega puede ser una buena forma de reflexionar  sobre las propias acciones y valores". 
 
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