dissabte, 21 de gener del 2012

Embarazo consciente

Pregnant belly
photo credit: o5com
Cuando supe que estaba embarazada, no tenía la menor idea de lo que me esperaba, pero una cosa tuve clara desde el principio: quería vivir mi embarazo de manera consciente. Intuía que los nueve meses que tenía por delante (o los ocho) constituían en realidad un viaje iniciático que me conduciría desde mi yo habitual, al que tan acostumbrada estaba (ese que era dueño de su tiempo, que leía mucho y dormía hasta tarde los fines de semana), a mi nuevo yo-mamá, que no conocía y que, lo confieso, me asustaba un poco y al mismo tiempo me atraía y al mismo tiempo me intrigaba.
Sabía, sin saberlo, que los cambios que experimentaría mi cuerpo al albergar a esa nueva vida se corresponderían con otros tantos cambios en mi mirada, en mis prioridades, en mi esencia, y en todo lo que hasta entonces me definía. Y que esos cambios harían posible que más adelante antepusiera a mi bebé recién nacido por encima de cualquier otra cosa (lugar que hasta entonces habían ocupado mis sueños y aspiraciones).
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photo credit: JessicaLindsay04
Fui aprendiendo lo que era un embarazo consciente un poco por ensayo y error. Era difícil encontrar recursos y ayuda, sobre todo porque me costaba poner en palabras lo que estaba buscando: una manera de vivir mi embarazo estando presente, permitiendo que mi consciencia se expandiera a medida que crecía mi vientre.  En cambio sabía muy bien lo que no quería: no quería que mi embarazo pasara por mí sin tocarme, no quería vivirlo de manera distraída y mecánica, no quería que otras personas nombraran por mí lo que sentía ni que tomaran las decisiones que me correspondía tomar a mí.
Fue entonces cuando mi amiga Claudia, que acababa de ser mamá, me habló del parto natural, de la naturaleza de los bebés, de Michel Odent y de Ina May y de la oxitocina y la importancia del contacto,  y supe que eso era lo que había estado buscando. Comencé a leer, y todo lo que iba aprendiendo resonaba en mi interior de una forma muy poderosa, como si ya lo hubiese sabido y simplemente estuviese recordándolo. Poco a poco, la idea de parir en mi propia casa comenzó a tomar forma, primero como una posibilidad, luego como una alternativa, hasta que me di cuenta de que, para mí, no había ya otro camino. Quería parir como lo habían hecho las primeras mujeres. Quería traer a mi hijo al mundo con mis propias fuerzas. Quería vivir mi parto en toda su intensidad, con todo lo que ello implicaba, y sentir cómo la vida se abría paso dentro de mí, abandonándome a la sabiduría de mi cuerpo, herencia de tantas y tantas otras mujeres que habían parido antes que yo.  Pero además, sabía —no me preguntéis cómo— que esa era la forma en que mi hijo quería nacer. ¿Cómo podía negarme? (Sí, ya sé que suena extraño, demasiado «new-age», fumado, vamos, un sinsentido. Y sé también que poniéndolo por escrito me juego mi reputación. Me da igual. Porque mentiría si dijera que esa no fue la razón más poderosa por la opté por parir en casa. Lo hice por mi hijo. También por mí, pero sobre todo por mi hijo).
¿Qué es, entonces, un embarazo consciente? Sigue leyendo la parte 2 aquí

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