El objetivo de escribir este artículo, en un primer momento, fue poner de manifiesto la beneficiosa evolución de la mujer en el ámbito laboral. La búsqueda de información se orientaba, específicamente, a ensalzar los logros sociales y laborales del género femenino.
Lejos de proponer un planteamiento feminista y radical, la idea era manifestar el bienestar por un progreso innegable, aunque quedase algún cabo suelto todavía en la igualdad de géneros.
Y sí, por supuesto que hay datos que plasman esta revolución. Las mujeres comienzan a prepararse académicamente, se introducen en el ámbito laboral, ocupan cada vez con más frecuencia puestos de mayor responsabilidad, son reconocidas y respetadas profesionalmente... Entran con fuerza en un mercado de trabajo remunerado, hasta el momento desconocido para ellas. Supone un gran esfuerzo por su parte y una flexibilidad del sector masculino, que de pronto se ve obligado a cambiar sus roles, no sólo en el trabajo, sino también en sus hogares. El patrón hombre trabajador fuera de casa-mujer dirigente del hogar de forma estricta, se rompe por completo. Supone una reestructuración social a todos los niveles.
Idílico. Pero a medida que encontraba más datos mi frustración me hacía cambiar el objetivo del texto. La igualdad de sexos es una burla. Las mujeres tienen jornadas laborales de ocho horas (al igual que los hombres), estudian carreras superiores, ocupan puestos dirigentes... y se tiene el valor de anunciar con orgullo que ,en Castilla-La Mancha, las mujeres han logrado tener un salario solamente un 27 por ciento menor que los hombres desempeñando el mismo trabajo.
Desde luego, todo un logro si lo comparamos con otras comunidades autónomas, como Asturias, donde las diferencias salariales se encuentran en torno al 40 por ciento.
Se habla del fenómeno 'techo de cristal'. Se refiere a una feminización del trabajo y remuneración del mismo, pero con un mayor esfuerzo y límites mucho más restrictivos que en el mundo laboral masculino.
Todo se resume en el hecho de que siguen existiendo diferencias palpables en el ámbito laboral, en parte producidas por el continuo lastre de las obligaciones domésticas. Aunque es innegable la mayor participación del hombre en el hogar, la tradición sigue imponiendo a la mujer una labor familiar, que lejos de ser placentera o creativa, actúa como una boya de plomo que dificulta su intromisión e igualdad definitiva en el ámbito del trabajo remunerado.
Una de las razones que explican que prefiera contratarse a un hombre, es porque se cuenta con un mayor absentismo laboral de la mujer por causas familiares y posible baja por maternidad. Si se la contrata, se le va a exigir igual que a alguien del sexo contrario, pero en condiciones de inferioridad.
Y casualmente en relación con el tema laboral encuentro datos sobre el trastorno depresivo. Está comprobado que el mayor índice de depresión se observa en el grupo femenino. Muchos casos son provocados por causas exógenas y uno de los factores que ocupa primeros puestos es la infravaloración social y el estrés, así como el sentimiento recurrente de no ser capaz de abarcar todas las responsabilidades.
La dedicación dentro y fuera del ambiente laboral, unido al escaso reconocimiento social, aún obvio en nuestros tiempos, desborda a muchas mujeres provocando estados depresivos. Está claro. Aún no podemos cantar victoria.
Lejos de proponer un planteamiento feminista y radical, la idea era manifestar el bienestar por un progreso innegable, aunque quedase algún cabo suelto todavía en la igualdad de géneros.
Y sí, por supuesto que hay datos que plasman esta revolución. Las mujeres comienzan a prepararse académicamente, se introducen en el ámbito laboral, ocupan cada vez con más frecuencia puestos de mayor responsabilidad, son reconocidas y respetadas profesionalmente... Entran con fuerza en un mercado de trabajo remunerado, hasta el momento desconocido para ellas. Supone un gran esfuerzo por su parte y una flexibilidad del sector masculino, que de pronto se ve obligado a cambiar sus roles, no sólo en el trabajo, sino también en sus hogares. El patrón hombre trabajador fuera de casa-mujer dirigente del hogar de forma estricta, se rompe por completo. Supone una reestructuración social a todos los niveles.
Idílico. Pero a medida que encontraba más datos mi frustración me hacía cambiar el objetivo del texto. La igualdad de sexos es una burla. Las mujeres tienen jornadas laborales de ocho horas (al igual que los hombres), estudian carreras superiores, ocupan puestos dirigentes... y se tiene el valor de anunciar con orgullo que ,en Castilla-La Mancha, las mujeres han logrado tener un salario solamente un 27 por ciento menor que los hombres desempeñando el mismo trabajo.
Desde luego, todo un logro si lo comparamos con otras comunidades autónomas, como Asturias, donde las diferencias salariales se encuentran en torno al 40 por ciento.
Se habla del fenómeno 'techo de cristal'. Se refiere a una feminización del trabajo y remuneración del mismo, pero con un mayor esfuerzo y límites mucho más restrictivos que en el mundo laboral masculino.
Todo se resume en el hecho de que siguen existiendo diferencias palpables en el ámbito laboral, en parte producidas por el continuo lastre de las obligaciones domésticas. Aunque es innegable la mayor participación del hombre en el hogar, la tradición sigue imponiendo a la mujer una labor familiar, que lejos de ser placentera o creativa, actúa como una boya de plomo que dificulta su intromisión e igualdad definitiva en el ámbito del trabajo remunerado.
Una de las razones que explican que prefiera contratarse a un hombre, es porque se cuenta con un mayor absentismo laboral de la mujer por causas familiares y posible baja por maternidad. Si se la contrata, se le va a exigir igual que a alguien del sexo contrario, pero en condiciones de inferioridad.
Y casualmente en relación con el tema laboral encuentro datos sobre el trastorno depresivo. Está comprobado que el mayor índice de depresión se observa en el grupo femenino. Muchos casos son provocados por causas exógenas y uno de los factores que ocupa primeros puestos es la infravaloración social y el estrés, así como el sentimiento recurrente de no ser capaz de abarcar todas las responsabilidades.
La dedicación dentro y fuera del ambiente laboral, unido al escaso reconocimiento social, aún obvio en nuestros tiempos, desborda a muchas mujeres provocando estados depresivos. Está claro. Aún no podemos cantar victoria.
Fuente: Laura Lalinde Antón Psicóloga http://www.estarbien.com/articulo.asp?idart=246413&idcat=549&idcal=&vd=09/02/2007&vh=15/02/2007%2023:59:00&texto=mujer&filtro=yes
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