divendres, 8 de gener del 2010

El amor y la magia

Todos los 13 de junio, miles de mujeres acuden a la capilla de San Antonio a pedir un amor. Dejan en su estatua nerviosos papelitos, cuyos pliegues esconden las ansias más comunes: conocer al hombre de sus sueños, recuperar el afecto de un marido indiferente, o incluso conquistar al de otra mujer. Hasta hace no mucho tiempo, en caso de fracaso, el rito se completaba con extorsiones muy poco piadosas: si el Santo no escuchaba los ruegos, se lo ponía de cabeza hasta que apareciera el pretendiente; y si eso tampoco funcionaba, se lo enterraba hasta el cuello con la amenaza de no sacarlo hasta que no cumpliera el deseo.
En el antiguo Egipto, en cambio, los conjuros eran un poco más complejos. Para conseguir los favores del amante deseado, las mujeres debían cumplir con una ecléctica burocracia. En primer lugar, era necesario consagrase a Hathor, (diosa del amor y los borrachos), luego -según consta en el Papiro Mágico Demótico de Londres y Leyden- tenían que mezclar en un caldero: opobálsamo, malabathrum, merué y aceite puro, y rociarlo sobre un pez kesh negro, atado a un sarmiento de vid que hubiera sido embalsamado con cerveza y finas vendas de lino. Por último, el hechizo no quedaba completo hasta no tener sexo con el sacerdote (hombre o mujer) que hubiera preparado la magia.
En el medioevo floreció la magia negra. Las brujas, generalmente solteronas pobres y traicionadas, invocaban al Diablo para satisfacer su desbocado apetito carnal. Beata de Huete, quien fue enjuiciada en 1499 por la Santa Inquisición, fue acusada de conjurar diabólicos filtros de amor sobre un fraile dominicano, a quien sedujo por medio de un rebuscado artificio: tomó pelos de su barba y los restos de su pan y les clavó agujas agujas para que “no tuviera ojos para otra mujer”. Juana de Sancta Fimia fue quemada en la hoguera en 1519, no sólo por embrujar al sacerdote Pedro de Villar de Olalla, sino también por ayudar a su amiga Pascuala Ximénez a seducir al sacerdote Fuentesclaras, quien aparentemente no sólo la frecuentaba a ella sino también a otras mujeres.
En la ciudad de Khajuraho, una pequeña aldea al norte de India, los ritos de amor tenían tanta importancia, que hoy existen cerca de 85 templos dedicados a Visnú y Shiva, y en cuyas paredes, frisos y columnas hay cerca de diez mil figuras de piedra que representan el acto sexual. El propósito es incierto, pero la teoría más aceptada es que en esos templos se realizaban rituales de amor y se enseñaba a las mujeres jóvenes las técnicas del kamasutra.
En la actualidad hemos abandonado estas supersticiosas empresas. La modernidad nos ha traído el agua gasificada, los lentes de contacto descartables, la tecnología bluetooth, la clonación de embriones y la energía nuclear. Sin embargo, cuando un amor nos hace dudar y nuestro corazón acongojado nos pide respuestas, nos entregamos nuevamente a los naipes y al zoodíaco, a deshojar la margarita, a pedir deseos debajo de una escalera, y a creer en las almas gemelas.

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