divendres, 8 de gener del 2010

Las mujeres tenemos que ser buenas o por lo menos aparentar



Las mujeres tenemos que ser buenas. O por lo menos aparentar. Nos lo metieron en la cabeza desde chicas a fuerza de fábulas, cuentos de princesas y telenovelas. Cambian las historias y las protagonistas, pero el final siempre es igual: las perdices se las come la virgen de corazón puro, por más tonta y desabrida que sea.

Las mujeres de hoy en día lo saben y tratan de justificar sus envidias y sus frivolidades con trastornos psicológicos y adicciones. Las que son famosas, por ejemplo, esconden sus excesos y no pierden oportunidad para recalcar que son buenas, humildes y justas, aunque muchas veces no lo sean.

"En el fondo soy una chica de barrio", "Lo primero son mis hijos", "Lo importante es tener valores y los pies sobre la tierra", “Yo no me meto en conventillos, hago mi trabajo y me voy”, “Adoro el cariño de la gente”, repiten como monitos amaestrados en las revistas, aunque después de dar la nota muchas le revoleen un teléfono a su asistente o le descuenten la manzana que se comió a la empleada doméstica. Por más sinceras que sean, prefieren hablar de cualquier cosa antes de decir que no quieren tener hijos, que les encanta estar drogadas y acostarse con desconocidos, o que pisarían cualquier cabeza con total de progresar.

Sin embargo, de tanto en tanto aparece una malvada orgullosa que hace de su maldad una fiesta: una bruja que siendo bruja se come las perdices igual.

Mabel Normand, por ejemplo, fue una actriz cómica norteamericana, coprotagonista de varios filmes de Charles Chaplin y eterna figura antagónica de la noble y delicada Mary Pickford, la novia de América. Era adicta al alcohol, la cocaína y las pastillas y estuvo sumida en varios escándalos policiales. Su mejor amigo, Desmond Taylor apareció asesinado en su domicilio dos minutos después de que ella saliera de su casa, y su chofer intentó asesinar a su novio, Courtland Dines, de un balazo. Se dice que la película Sunset Boulevard, de Billy Wilder (una obra maestra que narra el ocaso de Norma Desmond, una malvadísima estrella de Hollywood) estuvo inspirada en su vida —Norma por su nombre y Desmond por el del amigo que supuestamente asesinó—.

Por los pocos reportajes que quedan de la época, se sabe que además de drogadicta, promiscua y sospechosa de asesinato, Mabel era mordaz y le gustaba escandalizar. Una de sus líneas más famosas fue, justamente, contra su némesis actoral: "Decí lo que quieras, pero no digas que me gusta trabajar. Eso se parece a lo que diría Mary Pickford, esa perra remilgada. Sólo decí que me gusta pellizcar a los bebes y retorcerle las piernitas. Y emborracharme."

Bette Davis, por ejemplo, fue la enemiga de Joan Crawford. Se detestaban a muerte y a menudo hablaban pestes de la otra. Eran famosas por su mal carácter, su lengua filosa y porque ni siquiera se molestaban en disimular sus escándalos. Joan llevó una vida tan promiscua (se acostó tanto con hombres como con mujeres y sus conquistas incluyeron a Marylin Monroe y a Clark Gable) que Bette Davis aseguró públicamente que se había acostado con todas las estrellas de la MGM, salvo Lassie. Joan, por su parte, declaró en una entrevista que no le haría pis encima aunque estuviese ardiendo en llamas.

Joan se casó cinco veces, varias por conveniencia. Su segundo marido, Douglas Fairbanks fue quien la ayudó a impulsar su carrera y una vez asentada, se divorció. El último fue el dueño de Pepsi Cola, quien al morir le legó la empresa, que Joan dirigió con mucho éxito. No tuvo hijos biológicos pero si adoptó unos cuantos. La más famosa fue Christina, quien escribiría más tarde la biografía “Mommy dearest”, en la que contó cómo Joan bebía (era adicta al vodka), la golpeaba y la torturaba psicológicamente.

En los años sesenta, la estrella de Bette se había apagado y como no tenía trabajo, publicó un aviso en el diario que decía “actriz con experiencia, ganadora de un Oscar, busca empleo”. La contrataron para una película llamada ¿Qué pasó con Baby Jane?, que trataba de un par de mujeres ancianas, ex actrices de Hollywood (una niña cantante y una hermana postergada que luego se transformó en estrella) que vivían juntas y se odiaban a muerte. La segunda hermana, curiosamente, estaba interpretada por Joan Crawford. En esa época ya eran viejas pero el odio permanecía intacto. En una escena famosa en la que tenían que pegarse, Bette Davis golpeó a Joan Crawford en la cabeza tan fuerte que tuvieron que coserla en el hospital, y en las escenas en que Bette debía arrastrar a Joan, esta última puso pesas en sus bolsillos para que Davis se dañara la espalda por el esfuerzo. Ese año la actuación de Bette fue tan convincente que se ganó su segundo Oscar.

Joan murió a los 73 años, víctima del cáncer de páncreas, con una de las fortunas más grandes de Hollywood. No les dejó ni un centavo a sus hijos e hizo carne su frase: “Yo, Joan Crawford, creo en el dinero. Todo lo que gano, es para gastar”. Mientras se moría, su criada se puso a rezar y Joan la insultó a los gritos: "¡Máldita sea!... No te atrevas a pedirle a Dios que me ayude" fueron sus últimas palabras.


Bette, en cambio, murió a los 81 años, sin fortuna, luego de una batalla contra el cáncer de pecho. Está enterrada en Los Ángeles como muchos actores, pero su lápida está grabado «Lo hizo del modo difícil» en vez del tradicional “Descansa en paz”.

Columna de revista Gataflora, mes de Junio 2009

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