dimecres, 6 de gener del 2010

MUJERES, UN CAMINO HACIA LA IGUALDAD Y LA DIVERSIDAD

Texto: Isabel Mª Valverde Moreno
Secretaría de la Mujer de USTEA-Granada

Acostumbradas y acostumbrados, como estamos, a observar el uso comercial que la publicidad estática y dinámica (léase, carteles y anuncios televisivos), suele aplicar a la figura de la mujer, a la mayor parte de las ciudadanas y ciudadanos no le extraña que algunos creativos publicitarios sigan con el tópico de la mujer como ‘oscuro objeto del deseo’ para un mundo que piensa y actúa en masculino. La colada, como la educación de hijas e hijos, sigue siendo tarea de mujeres y el éxito del varón, sea en forma de coche o de agua de colonia, lleva aparejado la consecución de una mujer espléndida. Está claro que estamos hablando de ‘género’, es decir, de las características culturales que esta sociedad define como ‘femeninas’.
Pero otra cosa bien distinta es el sexo, que hace alusión a los caracteres físicos, anatómicos y genitales de carácter biológico. La distinción, pues, entre sexo y género se hace imprescindible. Resulta necesario deslindar ambos conceptos si no queremos caer en la trampa del machismo inveterado y retroceder a  momentos históricos cavernícolas no tan lejanos en el tiempo.
La IV Conferencia Mundial sobre la Mujer, celebrada en Pekín, tras ardua batalla dialéctica con ideologías y religiones, fue la primera ocasión en que se habló de la salud sexual de la mujer, entendida como capacidad para disfrutar de una vida sexual satisfactoria y sin riesgos para la salud, y se desligó del concepto de reproducción, cuya responsabilidad compete tanto a mujeres como a hombres. La generación de los 60-70 asistió a las primeras presiones de las mujeres por conseguir que la píldora se recetase sin las cortapisas que imponían las conciencias bienpensantes de la clase médica. Eran los primeros intentos por buscar la liberación, aunque sólo se ciñera al fuero interno, a través del encuentro activo de la satisfacción sexual en las relaciones heterosexuales sin miedo a quedar embarazadas. Los anticonceptivos en general y la píldora en
particular marcaron un hito en esta breve historia de la liberación sexual de las mujeres. Y de los hombres. Sí, digo bien, de los hombres. Porque éstos también se beneficiaron y se desentendieron de su responsabilidad con respecto a la posibilidad del embarazo. Y se ahorraron los riesgos que, para la salud, representa la ingesta diaria de estrógenos. El negocio multinacional que significa la venta masiva de anticonceptivos requiere la existencia de unas consumidoras sumisas y resignadas, confundidas por los estudios e investigaciones (encargados por las empresas farmacéuticas) que hablan de la inocuidad de tales productos. Aún hoy día cabe preguntarnos (1): ‘¿Para quién es la píldora el anticonceptivo ideal? ¿A quién ha liberado la píldora?’ Nos queda todavía mucho terreno por andar en este sentido.
No obstante, hay que reconocer que, en el ámbito educativo, los tímidos intentos que se llevan a cabo en escuelas e institutos por la educación afectivo-sexual nos hacen abrigar la esperanza de un futuro en el que hombres y mujeres afronten la aceptación positiva de la propia identidad sexual, desligándola de factores
discriminatorios de género. Tímido intento, porque no está generalizado y porque allí donde se produce todavía sufre presiones y obstáculos ideológicos y religiosos trasnochados. La formación integral de la infancia y la juventud, desde edades muy tempranas, debe contribuir a contemplar a la persona desde su realidad biológica-sexuada (identidad sexual) y culturalmente construida (rol de género) y a favorecer la igualdad de oportunidades entre los sexos y el derecho a la diversidad en los roles de género. Pero no seamos ilusas o ilusos. La transversalidad con que se contempla en el currículo escolar la educación afectivo-sexual, unida a las presiones sociales de las familias y de algunas instituciones, nos indican que el camino es muy largo y estará jalonado de innumerables dificultades.
Por otro lado, gran número de mujeres vive su sexualidad de forma traumática. Me refiero a la mutilación genital femenina que aún hoy día se sigue practicando en 28 países africanos y de Oriente Medio (extirpación de genitales que mitiga el deseo sexual, fomenta la castidad por el dolor que produce el acto sexual y reduce las posibilidades de relaciones extra-matrimoniales). Mientras la circuncisión que se practica a los varones se considera una medida higiénica, la excisión, en palabras de Thomas Sankara, ex-presidente de Burkina Faso (país que prohíbe la mutilación femenina) está ‘destinada a infundir en la mujer sentimientos de inferioridad’. Pero este caso no agota el capítulo de agresiones. No  menos importante es el incremento preocupante de violaciones que se produce en nuestro mundo occidental llamado ‘civilizado’. En la raíz del mismo se encuentra la actitud de incomprensión y ambivalencia hacia las
víctimas. Sólo uno de cada seis delitos de agresión sexual sale a la luz, según sostiene el psiquiatra Luis Rojas Marcos. Ello hace de la violación el crimen más oculto, silenciado e ignorado, lo que provoca la impunidad de la mayoría de estos delitos. Si a ello añadimos la violencia que a diario sufren las mujeres por acoso sexual en el trabajo y los ataques a la propia intimidad en las relaciones de pareja encubiertos por el malentendido ‘contrato matrimonial’, el panorama de la vida sexual de la mujer nos lleva a la consideración de que aún
hay mucho camino por recorrer y que este camino debemos andarlo mujeres y hombres al unísono. Un camino que conduzca a una mejor comprensión de las diferencias sexuales, de sus posibilidades para el
goce y realización personal, libre de las ataduras conceptuales y actitudinales de esta sociedad anclada en usos y costumbres de poder y dominio feudales. Un camino hacia la igualdad en la diversidad.
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(1) López Cirauqui, M.C. y López Pérez, M. (1998): “30 años de la píldora anticonceptiva”, Meridiana, nº 8, Instituto Andaluz de la Mujer, pp. 16-16)



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