divendres, 8 de gener del 2010

Sylvia Plath y la anorexia emocional



Sylvia Plath nació en Boston, el 27 de Octubre del 1932. Hija de un profesor de biología y una profesora de inglés y alemán, empezó a escribir desde muy pequeña, y publicó su primer poema a los ocho años y su primer cuento a los once, en la revista “Seventeen”. Muchos dicen que la temprana muerte de su padre, en 1940, fue la razón principal de su personalidad oscura y retraída, pero para muchos de nosotros, los freudianos compulsivos, a esa edad la suerte está echada.

Para cuando empezó a estudiar inglés en el Smith College, Sylvia ya tenía un prestigioso historial de premios y publicaciones. En Smith escribió unos cuatrocientos poemas, le publicaron algunos relatos en prestigiosos diarios y revistas, y ganó un concurso literario organizado por Mademoiselle. Sin embargo, a pesar de su excelencia académica y su incipiente y exitosa carrera como poetisa, la constante oscilación entre sus manías obsesivas y su depresión terminaron infiltrándose en su rutina.

Durante su estadía en Smith, por ejemplo, Sylvia sufría a causa de una profesora, que se empeñaba en calificarla sólo con “B”. Jamás con “A”. Escribía en su diario que jamás alcanzaría la perfección que tanto ansiaba su alma y que el no ser perfecta “la hería”. Llamaría a esta etapa el “strip-tease de matarse lentamente”. Se autoflagelaba cortandose el cuerpo, comparándose con autores consagrados y diciendo que su estilo era una serie de trucos precarios y excentricidades de romanticismo cursi, a pesar de que a esa altura su poesía había deslumbrado a unos cuantos profesores.

En 1952 Sylvia no pudo pagar la abultada matrícula de Smith y tuvo que asistir a otra universidad. Esta resignación la hizo sentir mediocre e inadecuada, y no pudo escribir con regularidad. Tuvo, entonces, su primer intento de suicidio. “Morir es un arte” dijo “Y yo lo hago excepcionalmente bien”.

La terapia de electroshock y las sesiones con su psiquiatra la aliviaron parcialmente. Cuando mejoró, se graduó con honores, ganó una beca Fullbright y se mudó a Inglaterra, para perfeccionarse en la Universidad de Cambridge, en donde conoció al poeta Ted Hughes, de quien se enamoró perdidamente.

El matrimonio, sin embargo, no fue fácil para ella. Su primer libro de poemas, "El coloso", recibió críticas escasas y moderadas. El de su marido, en cambio, fue un éxito editorial en Estados Unidos e Inglaterra.

No importaba cuando se esforzase. Vivía bajo la sombra del talento de Hughes, e insegura y resentida, en vez de escribir, hacia las veces de secretaria y ama de casa tipeando los poemas de su marido y horneando cantidades preocupantes de comida para postergar las horas que debía dedicarle a su propia escritura. Durante aquellos años, Sylvia incluso llegó a dar clases de inglés en Smith, aparte de encargarse de la crianza de los hijos por completo, para poder mantener a su familia mientras Ted se dedicaba sólo a escribir.

El vacío y la certeza de haberse transformado en todo lo que no quería para sí misma (una sumisa ama de casa sin vida propia) y su desmedido afán de posesión sumada a la volátil condición de mujeriego de Ted, terminaron por destrozar sus nervios. Sylvia descubrió que Ted tenía un romance con otra poetisa, (Assia Gutmann, la esposa del poeta canadiense David Wevill) y previsiblemente se divorciaron.

Ted fue, entonces, todo lo cruel que pudo con Sylvia: le dijo que su vida con ella había sido una pesadilla, que nunca había querido tener hijos, que hacía años que pensaba dejarla y que le extrañaba que no se haya suicidado aún. Ese día, Sylvia quemó sus manuscritos y los de su marido y se mudó a un pequeño departamento con sus dos hijos.

Mientras su inestabilidad emocional se agudizaba cada vez más, Sylvia escribía cada vez más y mejor. Durante la madrugada, mientras sus hijos dormían, tipeaba frenéticamente los oscuros poemas que conformarían, más tarde, su libro “Ariel”. Al mismo tiempo se publicaba, bajo un seudónimo, “The bell Jarr”, una novela autobiográfica que fue recibida por la crítica con entusiasmo.

Sola, enferma de gripe, al borde de la miseria, y exhausta por la crianza de dos hijos, un par de meses más tarde, Sylvia se suicidó con gas en la cocina de su casa. Tenía treinta años.

Dos años después, su marido, quien –por accidente- quedó a cargo de su obra, editó y publicó sus últimos poemas y quemó gran parte de los diarios íntimos de Sylvia, para proteger su imagen y evitar que sus hijos los leyeran. La crítica recibió "Ariel" con alabanzas y Sylvia fue la primera poeta en obtener un premio Pulizter luego de su muerte. Ted, por su parte, no pudo repetir el éxito editorial y Assia Gutman, su amante, se suicidó de la misma manera.
Hoy Ted Hughes es un conocido poeta, pero ante todo, es el editor, marido, y destructor de los diarios de Sylvia Plath.

2 comentaris:

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  2. Este post de Plath es muy bueno me entere de ella en una clase de literatura que recibo en la universidad.Y desde ese instante me deslumbraron sus poemas,no puedo entender como una mujer tan capaz pudo matarse...en fin, es una muy buena poeta. Espero que sigas posteando acerca de temas como este.

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